La familiaridad engendra el desprecio... y a los niños. Las niñas de hoy serán las mujeres del mañana. Los niños no, a menos que se operen. Estos últimos son gente menuda a la cual no se les permite conducirse como sus padres cuando tenían la misma edad. Los padres no tienen la noción de cuando conviene callar; de muy poco sirve hablar a los demás de nuestro niño: unos tienen el suyo, otros no lo tienen. Si hablamos de adolescencia diremos que es época de rápidas mudanzas. Entre los doce y diecisiete años de los hijos, los padres envejecen hasta veinte años, y es el mismo período en el cual los jovencitos no tienen la inteligencia suficiente para darse cuenta de que sus padres no pueden ser tan torpes como ellos creen.
Nada hace a un chico más maleducado que pertenecer a un vecino. Dan muchas satisfacciones los niños y es muy confortante el ruido que hacen sus piececitos en la casa; si cesa, ya sabe uno que están haciendo una diablura. En realidad a los niños habría que educarlos desde que nacen sus padres.
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